Responsable: Mónica Marchesky

Seguidores

viernes, 15 de septiembre de 2017

LA ESFERA ROMUALDO

Nuestra vida discurrirá como un sueño y será un beso eterno.
“La muerta enamorada”
Theóphile Gautier

Corría el año 1836 cuando Clarimonda despertó y se encontró enterrada en el cementerio de la Abadía. Romualdo, estaba desconsolado por su muerte. Ella, como toda mujer vampiro, había violado la primera enmienda de los vampiros que dice: “No debemos enamorarnos de nuestros recursos”. Pero, éste recurso, era lo que ella necesitaba, su sangre, sus modales y cumplidos, era algo que no estaba acostumbrada a recibir, sobre todo esa sangre, dulce, con aroma a pecado, esa sangre maldita por la decisión de convertirse en sacerdote, era algo que, a ella, al jugar con lo prohibido, la enloquecía.
Clarimonda era hermosa; sus cabellos, de un rubio claro, caían sobre sus hombros; las negras pestañas, contrastaban con las pupilas verde mar. Una mirada penetrante y cautivadora. Imposible resistirse.
Lo visitaba de noche para succionar una gota de su sangre, que era el elixir que la mantenía viva, a pesar de estar muerta. No era cualquier sangre, era la de un pecador. En uno de esos días y mientras él dormía, le arrancó unos cabellos de raíz, le cortó algunas uñas y le extrajo sangre que guardó en una pequeña esfera de ámbar. Lo llevaría siempre con ella. El tiempo pasó y ella siguió visitándolo como de costumbre. Un día, se encontró con que ladrones habían entrado a la mansión de su amado, destrozándolo todo, buscando sin duda monedas de oro y joyas.
El pobre Romualdo estaba tendido boca abajo, con un golpe en la cabeza. Su muerte fue un hecho embarazoso, ya que ella lo quería vivo. Nunca pensó que moriría tan estúpidamente. Esa muerte decadente la llenó de hastío. Su Romualdo requería una muerte más aparatosa, más espectacular y sin embargo allí estaba con su bata a media pierna, el cabeza ensangrentado y en sus dedos, enredado, un rosario de cuentas. ¿Qué estaría haciendo? ¿Rezando por sus pecados? Eso la cautivó aún más y deseó poseer su sangre como nunca antes.
 Destrozada Clarimonda se mudó de Venecia a Londres, allí buscaría otro Romualdo, aunque no podría llegar a sustituirlo nunca. Él había tenido su propio conflicto interno con la iglesia, con las tentaciones y con su humanidad. Sus devaneos con el placer lo mantenían despierto hasta altas horas. Esa noche fatídica lo encontró caminando por su habitación mesándose los cabellos, cuestionándose, sintiendo la voz del Abad que le decía: ¡Ten cuidado con las tentaciones!, hasta que cayó rendido. No oyó a los intrusos.
Pasaron muchos años y en el Londres Victoriano, Clarimonda tuvo una gran cantidad de amantes, pero ninguno como su Romualdo. Pequeños mecanismos eran sus asociados. Relojes de oro con una música celestial eran sus regalos favoritos; la música los encantaba, los dejaba indefensos a sus deseos. Se movía en el submundo londinense como ave de caza.

Guardaba con recelo, dentro de una caja minuciosamente labrada en roble, la esfera de ámbar con los datos genéticos de su Romualdo. Un día, pasó a visitarla una vieja bruja conocida de su madre. La visita de la vieja en realidad fue para ver si podía robar algo de la casa y venderlo a los gitanos de los antros oscuros de Londres. No se equivocó, en un descuido de Clarimonda, la astuta extrajo la esfera de ámbar, la tomó en sus manos y los arabescos que formaban la sangre, los cabellos y las uñas del infortunado Romualdo, parecían hermosas amapolas atrapadas dentro de su ambiente transparente. Sin duda sacaría una buena suma por esas flores en las tiendas de los traficantes de objetos raros.
Clarimonda no desconfió nada hasta muchos meses después, cuando descubrió la falta de la esfera. Recordó entonces a la vieja astuta, conocida de su madre; la bruja era una de las vampiros más experimentadas en las lides del engaño. La convocó a una reunión, pero la susodicha no concurrió, envió a un emisario, quien le dijo que el objeto que Clarimonda buscaba, lo había vendido a un gitano húngaro hacía tres meses. Era un milagro que aun estuviese en su poder.
Los gitanos húngaros –pensó Clarimonda- difícilmente salen de su territorio, a lo sumo a Ucrania o Checoeslovaquia. Comenzó entonces su búsqueda, no sin antes enviarle un mensaje a la vieja con el emisario que decía: tú y yo arreglaremos cuentas más tarde.
Bajó al sótano donde tenía una especie de altar, era el lugar de meditación y se dispuso a buscar en qué lugar se encontraban ahora los gitanos. Una pira con agua era su visor de mundos. Los encontró en la región de Debecen en Hungría. Se trasladó en presencia espiritual ante el gitano y supo que la esfera había sido vendida a un anticuario serbio de Belgrade.
En Serbia tenía un viejo conocido: Peter Plogojowitz. Recurrió a él, sabiendo que no la defraudaría. Su porte enigmático y joven la había atraído siempre; en el pasado compartieron un ágape de varios días y se prometieron volver a verse. De eso había pasado ya algún tiempo. Peter sumó fuerzas con Clarimonda para buscar la esfera de Romualdo. El vampiro no entendía, por qué motivos su colega buscaba los datos de un mortal, era algo que a veces lo desconcertaba de las mujeres de su especie. Eran jóvenes hermosas, con una fuerza para contener sus impulsos y ver cómo el tiempo transcurre a su alrededor; pero algunas eran unas románticas empedernidas que morían por príncipes inalcanzables o como Clarimonda, que adoraba a un sacerdote pecador.
El anticuario de Belgrade, tenía la esfera a buen resguardo, bajo llave, en una vitrina donde se podían ver las amapolas a trasluz. Pedía un precio elevadísimo por la rareza. Los dos se presentaron en la noche, cuando las sombras los ocultaban y robaron la Romualdo que le pertenecía a Clarimonda. Al tenerla entre sus manos revivió todo el amor que sintió entonces, y toda la pasión que seguía sintiendo por él.
Peter, al ver que ella se consumía, le propuso visitar la casa de un gran amigo suyo en Alemania. Clarimonda lo siguió. La zona donde se encontraba el castillo, era un vasto bosque rodeado de niebla que salía de las lagunas. La mole destacaba sobre una colina. Por las aberturas que se veían, parecía tener más de cien habitaciones, cada una alhajada con distintos colores y cuadros de ancestros. Y en la sala, un enorme jarrón de rosas amarillas. Había pasado mucho tiempo desde la muerte de su Romualdo.
Al llegar al Castillo, los recibió el anfitrión en persona, era un hombre canoso, de aspecto prolijo y reservado. Luego de las presentaciones y saludos de bienvenida, ambos hombres se retiraron a la biblioteca por unos minutos, al cabo de los mismos, la convocaron a que se sumara a la reunión. Peter lo había puesto al tanto del sufrimiento de la bella. 
El hombre quedó impresionado con su mirada y atinó a proponerle un trato para rescatar a su Romualdo. Tendrían que bajar a las catacumbas del Castillo, donde estaba instalado un avanzado laboratorio, con los últimos adelantos científicos y tecnológicos. Al bajar por el ascensor, pudieron ver un mar de personas vestidos de distintos colores que se desplazaban como hormigas por todo el recinto.
            -Hay trabajadores de distintos proyectos científicos, japoneses, alemanes, franceses y de casi todos los puntos del planeta. Le devolveremos la vida a tu pícaro sacerdote –dijo el canoso a la vez que los hacia descender hacia la planta del laboratorio.
Clarimonda apretaba La Romualdo entre sus senos. Los ojos asombrados de los dos  quedaron pegados en las cápsulas de vidrio donde se veían cuerpos desnudos sumergidos en un líquido incoloro. El hombre les presentó varios experimentos que se estaban desarrollando. Para el caso que los preocupaba, se dirigieron directamente al área del color rojo.
            -Debes entregar la esfera –dijo- todo va a salir bien, agregó.
Ella la depositó sobre una cinta transportadora y en un segundo desapareció dentro de una gran cápsula.
            -Serán mis huéspedes por unos meses hasta que el proceso termine.
Y así fue, durante unos meses, Clarimonda y Peter fueron agasajados por su anfitrión. El castillo era enorme, nunca en todo el tiempo que tuvieron pudieron recorrerlo en su totalidad. La fiesta de bienvenida fue una bacanal con mucho lujo. Llegaron invitados de todas partes; eran personas influyentes que ocupaban cargos importantes en la sociedad. Todos vampiros. Todos sedientos de conocer a la Clarimonda de Venecia, que se integraba a la comunidad.
Los días posteriores fueron más tranquilos, paseos en barca por las lagunas, juegos, visitas al bosque que rodeaba al castillo donde clasificaron aves. Cierta noche, Clarimonda estaba sedienta y le preguntó cómo se proveían del elemento carmín para sobrevivir.
            -¿No has visto los cultivos en las catacumbas? Busca lo que quieras, querida.
Entonces era lo que ella había pensado, eran cuerpos de reserva, cultivados a su antojo para su consumo, como una gran despensa bajo tierra.
            Ella pensó cómo habían cambiado los tiempos desde que se despertara en su ataúd en el cementerio de la Abadía. Toda una cantidad de años y de adelantos.
            -No bajamos más al pueblo a buscar nuestro sustento, eso era un eterno problema; además, las miradas subían cada vez más desafiantes desde el bajo hasta nuestra casa. Decidimos realizar nuestro propio cultivo y fue una solución que hizo bien a todos. En todo caso, sabemos lo que consumimos –agregó en una sonrisa.
Al cabo de unos meses, bajaron nuevamente a las catacumbas; la excitación era ruidosa, el recurso estaba empezando a tener movimiento. Al ver a su Romualdo suspendido en el líquido, Clarimonda dio un grito. El cuerpo movía los dedos de la mano, esa era la primera señal de que estaba todo bien.
            -Todavía faltan otros desarrollos evolutivos, pero el que ya tenga movimientos es algo positivo. Regresaremos en unos días y veras la transformación de tu Romualdo.
 Cuando bajaron al cabo de un mes, el cuerpo estaba sobre una mesada, los tendones se terminaban de desarrollar y una leve piel cubría parte del torso.
            -¿Qué harás cuando esté listo? –preguntó el canoso.
            -Me lo llevaré a Venecia.
            -¿En qué época, en la actual? ¿Dónde todo se cuestiona?, ¿dónde no hay casi lugar para los vampiros?… ¿por qué no vuelves con él donde todo empezó? a 1836, a tu Palacio en Venecia y lo tendrás todo para ti –dijo, casi en soliloquio, a la vez que le enseñaba un tubo de cerámica vertical.
            -1836 -expresó Clarimonda- Venecia, mi Palacio Concini, nuestra cama, nuestra vida de enamorados, cómo quisiera rescatar todo ese tiempo perdido.
Tomó la mano de Peter y le dijo: Aun quiero encontrar a una vieja amiga que me robó en Londres algo muy preciado. Sé donde puedes encontrarla le contestó Peter. Después, después, ahora tengo algo más importante que hacer dijo ella.
***
            Romualdo se despertó de un salto, sofocado, con sudor en la frente. Un grito se le ahogó en la garganta.
            -¿Qué sucede amor mio? –preguntó Clarimonda a su lado.
            -Tuve un sueño donde tú…yo…ellos…
Clarimonda se impulsó sobre el cuerpo desnudo de Romualdo, besándolo, sedienta de su piel, oliendo la sangre correr por sus venas nuevamente. Lo recorrió como un animal en celo, le tomó de los cabellos y le susurró al oído.

            -Calma amado mío, estamos aquí, solos tú y yo, tranquilo, fue solo un sueño…

jueves, 10 de agosto de 2017

JUEGO ELECTRÓNICO EN RED

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017
Christian
Fernando
Lilian

¿Qué pasaría si un cocodrilo llamara a tu puerta pidiendo un poco de romero?

Ernesto y Mariano degustaban en su habitación un exquisito plato de fideos con tuco y papas. Sobre la mesa ratona también yacían dos vasos de vino tinto. En los parlantes conectados al computador sonaba una espectacular pieza de jazz. La habitación era humilde, al igual que los muchachos, quiénes se sintieron rechazados un día por aquellos que dijeron que ponerle papas al tuco era de pobre; en son de humillación carente de lógica alguna por parte de tan inferiores personas. Ellos, aparentando poseer una vida gloriosa, no repararon en que un día llegarían los cocodrilos del cielo, o quien sabe de donde. Ahora, mientras Mariano y Ernesto comen, el resto de las personas que un día los rechazaron son esclavos de los cocodrilos.

La razón de tan justo desenlace, se debe a que los reptiles, padecieron las dolencias y males de sus esclavos, por lo que estudiaron el ecosistema de todo el planeta, descubriendo que una planta llamada Romero posee propiedades medicinales, algo que los humanos siempre dejaron de lado, acudiendo a donde no debían. Daba la casualidad, que en la casa de Ernesto y Mariano había Romero, y después de la guerra contra los cocodrilos, ese lugar era el único yacimiento de la planta en el planeta. Llegaron pues los reptiles iguales a los de la tierra, pero bípedos, a la habitación de los muchachos, decididos a hacerlos sus esclavos y robarles el Romero, pero al ver que estaban comiendo fideos con tuco y papas, los perdonaron. 
Una noche, como todas, el cocodrilo golpeó la puerta, y ambos jóvenes lo invitaron a pasar.
  
El cocodrilo Alfa, entró y el exquisito perfume del romero lo embriagó al instante. Efectivamente, Ernesto y Mario disfrutaban de sendos platos de fideos acompañados de generosas porciones de papas, con lo cual, debían ser perdonados. En la mente de esos chicos, sin dudas, reinaba la más pura moral, la ética eternamente virginal. El enorme reptiloide tardó en aceptar este hecho y tuvo que remontarse hasta su más temprana infancia para recordar a Gesius, el único humano que le brindó desde el comienzo, su amistad incondicional.
Sin mediar palabra, el cocodrilo tomó un vaso de la estantería cercana, llenándolo con el vino que restaba. Encendió su pipa, se sentó del otro lado de la mesa ratona y comenzó su discurso:
"He venido con la idea primaria de someterlos a nuestros deseos. Como sabéis, vuestro pueblo ha sido esclavizado al caer derrotado en la Gran Guerra Final, en la cual además se ha derramado mucha sangre. El resultado es justo, ustedes han degradado nuestro hábitat, como nunca nadie lo ha hecho. Han contaminado ríos, mares y océanos en nombre del progreso. Han derretido enormes glaciares, provocando la desaparición de cientos de especies. Han provocado sequías, desertización, que han causado la agonía hasta de sus propios congéneres.
No han escuchado el canto de los pájaros, ni se han puesto a pensar en las bondades que nos brinda la Naturaleza. Por el contrario, han contribuido a la aceleración de la extinción de todo tipo de belleza genuina y primigenia, adelantándose cuan falsos dioses, a miles de milenios de evolución.
En su infinita estupidez, han sido ciegos a las cosas más simples y sencillas de ver. Provocaron con sus experimentos, nuestras mutaciones, sin saber, que en ellas venían las claves de una inteligencia superior. Hoy y debido a sus errores, los grandes cultivos de romero, nos pertenecen. Nunca imaginaron que la medicina natural, era el futuro de la ahora obsoleta medicina humana tradicional, sintética, inútil y sobrevalorada por ustedes, solamente. Ahora sus vidas dependen de nuestras dosis diarias de romero. Se las administramos solamente para prolongar vuestra agonía, para que sean nuestros eternos esclavos. Sin embargo, noto vuestra nobleza, en el tipo de alimentos que consumen, impensable de verlos en la mesa de espurios comensales. Hoy, como jefe Alfa, solicitaré ante el Gran Tribunal, que sean absueltos. Nada más les pediré que entreguen su cuota escondida de romero, que los ha mantenido con vida. Ya no les será necesaria, y nosotros sabremos multiplicar por mil, sus múltiples beneficios. A cambio, tendrán su ración diaria de papas, a combinar con otros alimentos que se adapten a sus gustos. Tampoco les faltará la exquisita bebida que tanto les gusta, obtenida ahora a partir de la sangre de aquellos que alguna vez fueran sus hermanos “

Una profunda arcada salió de las entrañas de los jóvenes. No era entonces el exquisito vino tinto de su amada tierra, donde los viñedos estaban por doquier, a igual que ahora el romero. Corrieron a tirar el contenido de los vasos por la pileta del baño. Entre tanto el cocodrilo Alfa se retiró.
- ¿Qué vamos a beber ahora, además del agua del pozo? -dijo Ernesto.
-No te preocupes! -respondió Mariano irritado- lo más importante es que el Alfa traiga la noticia de que nos absuelven.
-Es cierto -aseveró Ernesto- cuyo rostro se ensombreció. Sabía muy bien lo que significaba la esclavitud con éstos bípedos. Por su mente pasaron imágenes horrorosas: los campos de cultivo de romero donde trabajaban de sol a sol mujeres y niños, los grandes galpones de fabricación de armas donde laboraban los hombres jóvenes y lo más terrible de todo, la selección de humanos aptos para sus objetivos. Cuando volvió a la realidad, Ernesto repetía sin cesar: ¡es cierto, es cierto!

Cómo todas las noches el cocodrilo Alfa llegó a casa de los jóvenes y expresó con beneplácito estas palabras: El Gran Tribunal se ha pronunciado frente a mi solicitud, por la absolución de la esclavitud de vosotros, en agradecimiento a que ustedes nos han provisto de romero y en honor a Gesius por su amistad con nuestra raza. Sin embargo han agregado la siguiente cláusula: "En virtud de que en el terreno de su casa ya no queda romero, pues nos lo han entregado todo, pasarán a trabajar en la preparación de los medicamentos a base de esta noble planta y tendrán asegurada su alimentación diaria a base de los honorables fideos y papas con tuco. También el vino tinto".
Ante la mirada incrédula del Alfa, una profunda arcada salió de las entrañas de Ernesto y Mariano.
   




lunes, 24 de julio de 2017

CONSTRUYENDO EL DINOSAURIO

Escritores Creativos 2017
 
El cuento de Augusto Monterroso:
El dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

El ejercicio propuesto: con siete palabras y una coma, hay que mostrar y no decir.


Betty Chiz integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay.

1. Cruzó con la roja, no la vio 
2. Cuando se decidió, era muy tarde ya. 
3. Una bandada de golondrinas, hora de volver.
4. Esperaba su respuesta, tenía los dos pasajes.

Stephan Paul Nuñez integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay.

1. A la deriva, una vez más solo.


María Cruz Gracia integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay.

1. Pese a todo, el sol salió nuevamente.
2. Lloró, bajo las sombras de las ruinas.
3. La risa estridente, le dio una bofetada.
4. Entre las cacerolas, lo esperaba la soledad.
5. y cuando despertó, ella ya no estaba.
6. Ahí está, nuevamente con lágrimas sobre cenizas.
7. y otra vez, el resplandor lo cegó.







lunes, 26 de junio de 2017

VIDA

Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2017

Pablo Solari



¡No puedo creer lo que estoy viendo a través de los prismáticos!

Primero fue una luz, pensé en una estrella, aparecieron otras, comenzaron a moverse extrañamente, supe lo que eran.
Con el correr de la noche fueron acercándose cada vez más.
Mi ventana daba al campo, divisé a una de ellas desapareciendo tras un cerro; una mezcla de miedo y curiosidad invadió mi cuerpo. Decidí investigar, no podía quedarme sin saber. Treinta minutos de caminata me separaban del lugar, finalmente, llegué.
Comencé a subir la ladera hasta la cima, mi objetivo me esperaba del otro lado.
Un gran resplandor asomaba cada vez más fuerte.
Alcancé la cima y ahí estaba, enorme y majestuosa.
No podía salir de mi asombro, cuando inesperadamente un rayo salió directo hacía mí, no hubo tiempo de atinar a nada, no pude escapar.

De repente todo fue silencio y oscuridad, parecía estar flotando, no podía ver, perdí la noción de tiempo y espacio, no sabía cuánto llevaba en esta situación. 

Extrañamente no sentía hambre ni sed, estaba resignado cuando comencé a escuchar un sonido, cada vez más fuerte, lo reconocí enseguida, una sensación de paz y tranquilidad recorrió mi ser, en ese momento comprendí todo, ya estaba en casa y todo estaría bien.


LA HERMANA

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017

ACTIVIDAD:  Trabajamos con emociones.
Relatos cortos que provoquen: ira, asco, amor, odio, venganza.
Lilián Rapela

Amanecía. Claudia se levantó feliz, se vistió, se maquilló y finalmente se miró al espejo y sintió que estaba bonita. Era el día de su casamiento y en pocos minutos más, Marcos su novio, la pasaría a buscar para ir al Registro Civil. Estaba feliz, emocionada, la vida le sonreía.
Llegó Marcos en un remise y partieron rumbo a la calle Sarandí. Los familiares y amigos los esperaban y todo discurrió maravillosamente. La novia estaba tan feliz que ni siquiera le molestaba el arroz entre la ropa que le habían tirado a la salida.
Llegaron a la casa del novio, donde se desarrollaría un almuerzo íntimo ya que por la noche habría una recepción.
Cuando Claudia y Marcos entraron a la casa quedaron impactados al ver a la hermana de él. Se había cambiado de ropa y su aspecto era deplorable: el pelo suelto, un vestido viejo muy descolorido y descalza.  El hermano se acercó y le preguntó bajito: ¿Qué te pasa, porqué estás así vestida?  Ella, cuatro años mayor que él y soltera, le respondió: Te casaste, ¿no? Estás feliz, ¿no? Bueno, acá está todo pronto, así que ¡no molestes!
-       Te vas a sentar a la mesa con esa facha? Le dijo Marcos- ya algo molesto.
No le contestó, dio la media vuelta y se dirigió a la cocina.
Las familias de ambas partes estaban sentadas a la mesa. Todo había sido preparado primorosamente por la mamá de Marcos, que de vez en cuando le hablaba bajito a su hija.
Se acercaba el momento de los postres y el brindis, cuando Graciela, la hermana, comenzó a mirar fijamente a Marcos. Su rostro denotaba una furia contenida y se ponía más rojo.
Marcos le preguntó: -Gra estás bien?
Ella responde fuera de control: ¿Y tú estás bien? ¿Estás feliz que te casaste con ésta? ¿Estás feliz que te casaste antes que yo? La voz subía y subía. Las familias trataron de serenarla.
- ¡Déjenme! –gritó como si fuera un alarido -yo estaba de novia con Pablo pero no te gustaba, hiciste lo posible para echarlo y ¡lo lograste! ¡Y aún no me he casado! ¡Te maldigo a vos y a tu mujer!
Todos querían que se calmara. Claudia lloraba bajito.
-Hermana –dijo Marcos- no era una buena persona, te iba a destrozar la vida.
-       La vida me la destrozaste tú y este es mi regalo –agarró el mantel y lo arrastró. Caían copas, platos, cubiertos, hasta que la contuvieron.
-       Llamen a un médico! –dijo alguien.

Ahora quedaba saber cómo iban a llegar a la noche para la recepción y lo que era aún peor, como iban a afrontar  los vínculos familiares con este lastre.    

CONFLICTO DEL HOMBRE CON LA NATURALEZA

Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay

Mabel Estévez

Amrah es el Protector de la supervivencia vegetal en la Tierra, un Dios de casta, proviene de Kandar y Krofs, mundos lejanos.
Cuida y defiende la vegetación, es un híbrido, de piel rugosa y de tres corazones, que vibran al unísono con Gaia.
Ésta en todos lados, en la selva, la sábana, en los jardines o en una simple maceta.
El Chi, el soplo de energía, que lo mantiene, se encuentra en la selva amazónica.
Custodia el balance del sistema, con la consigna de rescatar las mejores semillas .
Un día una enredadera invade la selva, atrapando y asfixiando, todo lo que está en su camino, con fuerza inusual.
Amrah siente la amenaza, urge extraer la simiente, presagia lo peor.
La ponzoña ejecuta al árbol, al arbusto a las cosechas.
Amrah sabe que llegó la hora, invoca a los superiores, Gaia, las grandes aguas, los vientos del Norte, días de debates, de idas y venidas. Por el bien mayor, acuerdan un nuevo comienzo.
Los superiores, claman a los huracanes, terremotos, a lo absoluto. Desolación, 
plegarias, gritos, muere la comodidad, lo falso, el hombre robot.
Al décimo tercer día, el silencio abraza lo naciente.
Amrah eleva los ojos al Cielo; una joven sedienta y cansada, toma agua del rio, reposa en un árbol, se moja el rostro, unas gotas caen en unas viejas raíces.
Sin saberlo mitiga el dolor del híbrido.

Amrah, por primera vez, piensa en la esperanza.

martes, 20 de junio de 2017

NUEVE Y VEINTIDÓS

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017
Ejercicio de valores
Christian Núñez

El reloj de la fachada marcaba  en aquel momento las nueve y veintidós. El sol comenzaba a asomarse sobre los tejados de las casas aledañas al colegio.
Desde que tenía diez años, llegaba yo hasta esa rutina cada mañana, caminando sola, saludando a los vecinos, y a mis amigas, unas acompañadas por sus madres, y otras con la misma libertad que mis padres me otorgaron en cuanto tuve la edad suficiente como para valerme por mí misma para cumplir mis obligaciones con el estudio. Además, el pueblo era de pocos habitantes, tranquilo, nos conocíamos todos, y yo era una niña vivaz, inteligente, y muy comprometida con el colegio. Por eso, cada mañana me levantaba con alegría y ansias de concurrir a esa aula en donde además de aprender, nos divertíamos como en familia.

En aquel pueblo, prácticamente no había males sociales a los que temer. Todos los adultos trabajaban honestamente, los chicos estudiaban, sin importar la clase económica. Mi familia no estaba muy mal en ese sentido. Podíamos hasta darnos el lujo de poseer un automóvil. Mis padres me educaron como hija única, con amor, buenas enseñanzas y rectitud, algo que mantuve presente en mis primeros años de adolescencia, hasta el día en que lo conocí.
Fue en un chat. Nos enviamos los primeros mensajes, al principio como amigos conociéndonos. Él en sus fotos se veía atractivo, con su pelo lacio negro, sus ojos café, y un rostro que hacía buena mezcla con el físico esbelto. El interior de su casa y su coche indicaban que estaba bien económicamente. Algo singular era que en las fotos siempre estaba solo.     

Hablar con él era divertido. Nuestras conversaciones se tornaban largas, pues cada noche me tiraba en la cama de mi habitación, y pasaba las horas "enamorándome", o al menos eso creía, de un completo desconocido, un amigo virtual. De un lado de la pantalla estaba él; decía tener veintidós años, supuestamente vivía en una ciudad cercana a mi pueblo, soltero, distanciado del resto de su familia, y con un empleo de oficinista en una empresa de no sé qué. Del otro lado estaba yo, una chica inocente de diecisiete años, rubia, carita de ángel, lindo cuerpo, y ninguna experiencia con chicos, pues mis padres me educaron para el estudio primero, y los amores  después. De igual forma, los muchachos del pueblo no me atraían, y los veía como amigos y nada más.
Pero ese tipo me había desconcertado de lo que era mi vida misma. Pensaba todo el día en él. Mis calificaciones bajaron. Mis padres creyeron que sería por la edad. Dentro de mi mente, la imagen de ese sujeto se interponía ante mis ojos, como un espejismo, y el recuerdo de sus dulces palabras escritas me atontaban en medio de la clase. Mis amigas preguntaban que me estaba sucediendo. Yo no les contaba nada. Él me había convencido de que nuestro contacto debía ser secreto. Yo, ciega de la maldad que otros podían cometer, caí en sus artimañas, creyendo cada una de sus palabras, y contándole todo sobre mí. Finalmente, mis deseos de verlo en persona estallaron, y coordinamos para encontrarnos aquella mañana de viernes de otoño, día que nunca olvidaré.

Parada sobre el patio de baldosas marrones, observaba el reloj de la torre del colegio, siempre indicando la hora exacta. Mi clase comenzaba a las nueve treinta. Tenía ocho minutos para decidirme si ausentarme atrevidamente a mis estudios, y lanzarme a la búsqueda de esos sentimientos y placeres que no había vivido nunca antes.
Mi teléfono celular sonó. Era él. Estaba en el punto de encuentro, ubicado en un extremo del pueblo donde el campo se mezclaba con las casas. Allí nadie me conocía, y al mismo tiempo, estaba lo suficientemente cerca como para no quedar sola con un extraño. Mis nervios se mezclaban con la pasión, y esa fusión desencadenó mi decisión de fugarme del colegio, no sin antes activar una función de mi teléfono celular, en la que si el mismo, o el chip se veían afectados, alertaría al teléfono de mis padres. Nunca antes había tenido motivos para usarla, pero yo, a pesar de mis ciegos deseos de verlo, no me consideraba ingenua, y mucho más si se trataba de un extranjero del pueblo.

Caminé, entusiasmada pero precavida. Había cosas que no me cerraban de él, pero aquello se suponía que sería una aventura de jovencitos, algo que mi cuerpo me estaba pidiendo. Llegué al lugar y allí estaba, apoyado sobre su automóvil rojo. En persona se veía más imponente, y él, mucho más lindo que en sus fotos. El sol a su espalda se elevaba luciendo con su luz los músculos  de aquél joven. Me acerqué tímidamente, y teniéndolo de frente descubrí que su  rostro reflejaba una expresión un tanto siniestra, en especial su mirada, la cual viajaba por todo mi cuerpo. Nos presentamos oficialmente, y sentados en el capó de coche, dialogamos, en gran parte, sobre los temas que ya habíamos conversado en el chat. Sumida en la dulzura de sus palabras y la hermosura de su rostro, me dejé convencer de dar un paseo en el automóvil por los alrededores del pueblo. Subimos, y a partir de ahí comenzó mi infierno. Las puertas se trabaron, y pisó el acelerador. Conducía como un animal, pero hasta cierto punto me estaba divirtiendo. Hacía bromas, y yo me reía a carcajadas, viendo como todo afuera pasaba velozmente.

En eso de andar a toda velocidad, el coche comenzó a  alejarse del pueblo. Sus bromas se tornaron un tanto groseras, y su rostro se transformó por completo, pasando a ser el de un pervertido. El chiste terminó cuando comenzó a conducir con una mano, y con la otra a manosearme. Pedí que se detuviera, pero se tornó agresivo. Paró el vehículo en mitad de un camino de tierra, rodeado de campo y bosques, y me golpeó con sus puños, hasta dejarme inconsciente.
Al despertar, quedé estupefacta, aterrorizada, al verme completamente desnuda, atada de pies y manos a una cama, dentro de una especie de galpón de chapas oxidadas, alumbrado en su interior casi vacío por una luz roja colgada del techo, justo sobre mí. Observé a mí alrededor, llorando, desesperada, con el mayor de los miedos que una persona puede experimentar. El piso era de tierra, y sobre él, yacían únicamente el imponente vehículo rojo, la cama, una mesa, un brasero y tres bidones de combustible. Mi captor estaba parado junto a la cama, desnudo y con la apariencia de un salvaje a punto de abalanzarse sobre su presa. Y lo hizo. Ni siquiera ahora que han pasado años me atrevo a detallar la manera en que me destrozó física, emocional y mentalmente. Borró toda la inocencia de mi persona; me convirtió en una víctima de un tormento el cual no le deseo a nadie. Esas horas sentía como si estuviera muriendo. Creí que así sería el infierno mismo. Cuando su violencia cesó, dejó tendido sobre la cama un cadáver viviente. Mi mente quedó en blanco, y deseé la muerte. Pero mi odio absoluto me dio fuerzas y esperanzas de que esa situación no llegara muy lejos. Volví a observar mí alrededor, y en lo primero que mi atención se centró fue en el brasero, ya que dentro del mismo aun humeaban los restos de mi ropa, y una mancha de plástico derretido suponía ser mi teléfono celular. Ahí sentí una sensación de euforia por ver como aquél secuestrador y  abusador sería castigado. Pero en lo segundo que mi atención se centró fue en un revólver apoyado sobre la mesa, y unas jeringas. El despiadado tomó una, y me la clavó en la pierna. Mis gritos se fueron calmando, hasta quedar completamente dormida.

En el momento no supe cuantos días habían pasado, pero luego me enteré que fueron tres, en los cuales sufrí golpizas y violaciones que me traumaron de por vida. Dolor, inyección, despertar, hambre, sed, más dolor, debilidad. Lo único que se mantenía en mi agonizante mente era la esperanza de que todo llegara a su fin, probablemente, con mi muerte. Y llegó a su fin, pero de la manera que se hizo esperar durante esos tres morbosos días.
Abrí los ojos con mis últimas fuerzas. Afuera se escuchaba el sonido del motor de un vehículo acercarse a toda velocidad. De repente, la puerta de madera del galpón voló en pedazos, dejando ingresar al vehículo rojo del secuestrador. Seguidamente, resonaron sirenas, muchas. El desgraciado descendió del coche, revólver en mano, y comenzó a rosearme con el combustible de los bidones. Intenté gritar, pero ya no tenía fuerzas para eso. Lo único que llegué a hacer en cuanto vi los fósforos en sus manos fue desmayarme, y sentir el vacío apoderarse de mí.

Desperté en un hospital, con mis padres a mi lado, y la mayoría de mis compañeros de colegio presentes en el centro médico. Sentí que había nacido de nuevo, pero al mismo tiempo, me sentí una basura, una estúpida. Había perdido mi realidad de vida de manera espantosa, y los fantasmas de aquél tormento jamás se irán de mi cabeza.
Al ser incinerado mi teléfono, el de mis padres fue alertado. El primer día, policías y vecinos rastrearon la zona, en vano. El segundo día el caso pasó a manos de inteligencia, quienes ingresaron a la base de datos de mi cuenta del chat, descubriendo de esa forma al principal sospechoso. Rápidamente, toda la policía de los alrededores se puso en búsqueda del vehículo rojo, hasta encontrarlo el tercer día, deambulando por las rutas de una zona despoblada ubicada a decenas de kilómetros del pueblo. Un profesional tirador logró abatir al maldito justo antes de amenazar con quemarme viva, aunque en ese momento parecía más un cadáver que otra cosa. De corazón, deseo que el alma de ese monstruo esté sufriendo el peor de los tormentos en el peor de los infiernos.

Tardé meses en reintegrarme a la sociedad. No salía de mi casa ni para ir al colegio. Recibía visitas de sicólogos, y evitaba la de mis amigos. Me sentía impura, una vergüenza para la sana juventud del pueblo. Al año siguiente comencé a revivir un poco, intentando disimular el profundo dolor que pende de mí ser. No tuve otra opción que retomar el año de clases que había perdido. Cuando regresé al colegio, apoyada moralmente por todos los que rodeaban, me vi parada sobre las baldosas marrones del patio, el mismo lugar en donde había tomado la peor decisión de mi vida.

El reloj de la fachada marcaba en aquél momento las nueve veintidós.

El BICHO BARCINO

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017



Fernando Gularte

Cuando a Israel le ofrecieron trabajar en aquella Obra, le pareció buena idea, no solo por la paga, sino también por la posibilidad de irse a un lugar agreste que le permitiría alejarse un poco de los problemas familiares. Hacía unos cuantos meses que venía discutiendo mucho con su mujer, y sus hijos no estaban de su lado, le reprochaban muchas cosas relacionadas a los deberes como padre. Quería ventilar su mente por unos meses.

Israel era un Don Juan, y cuanta mujer se le atravesaba, mujer que trataba de conquistar, aún ahora que rayaba los cincuenta y cuatro años.
Aquella mañana salió decidido en su camioneta, con termo y mate, partió tempranísimo rumbo al lugar. Debía construir, trabajando solo, una cabaña en medio del bosque, casi enfrente al Océano. Se preguntaba por qué a los ricachones les gustaba aquel tipo de excentricidades: construir una vivienda con todas las últimas novedades de la Domótica, en el medio de la nada y en otro país.

Era pleno invierno, y el viento del Polonio soplaba con ganas, muy frío y húmedo. Israel, era un hombre recio, acostumbrado al campo y en cierto modo le gustaba la vida a la intemperie, en contacto con la naturaleza. Le traía recuerdos de su infancia junto a su padre y a su abuelo. Armó su carpa iglú, y bajó las gruesas frazadas de su camioneta. Las necesitaría para las largas y crudas noches solitarias.

Deseaba reunir el dinero suficiente, para escaparse no importaba a dónde, con su amante, quince años menor. Ese mismo mediodía, cuando el débil sol invernal tocó el cenit, comenzó con la Obra. Por suerte disponía de los primeros materiales, necesarios para comenzar a trabajar. La barraca más próxima, estaba a 50 km, al final del viejo pueblo, y ya le habían entregado el pedido, en el lugar pactado. Machete de por medio, comenzó a limpiar el terreno, donde si todo iba bien, emergería la suntuosa cabaña. A lo lejos, unos zorros que estaban en el bosque, lo espiaban con recelo, aunque inofensivos.
La soledad e inmensidad del lugar, por ratos, minaban su temple. Se sentía indefenso ante la naturaleza, sintiendo una mezcla de entusiasmo y temor por estar allí. No faltaban los paisanos de su pueblo, que contaban historias y leyendas de todo tipo, desarrolladas en aquellos parajes olvidados. De todos modos, disponía de su viejo rifle Winchester calibre 22, por cualquier imprevisto.

Esa primera noche se hizo un fuego con unos troncos de acacias secos. Arriba de una parillita portátil, tiró unos chorizos, que al poco rato devoró con devoción, acompañándolos con pan fresco. Luego de varias horas de intenso trabajo, necesitaba recuperar energía.
En eso estaba cuando escuchó un aullido siniestro. Un sonido de muerte, agudo, de tortura, era más bien como el grito desgarrador de una persona a la cual estuviesen desollando viva. Ni en las peores películas de terror había escuchado aquel sonido. Muy asustado, permaneció toda la noche en estado de vigilia, abrazado a su rifle, que le daba algo más de seguridad.
Al otro día, bastante cansado por la mala experiencia nocturna, continuó su trabajo, intranquilo, nervioso. Debía cortar los enormes troncos, pilares principales de la construcción. Después tratarlos con un producto especial, recomendado por sus patrones. En la parte trasera de su camioneta disponía de las herramientas necesarias para comenzar la tarea. 

A sus espaldas, el bosque exuberante, lo observaba. Ahora no estaba tan seguro de estar solo. Decidió ir a echar un vistazo rápido. Mientras se internaba en la frondosidad del entorno, le pareció ver a lo lejos, arriba de una gran rama, a un:
¿Gato montés?, ¿Puma?, ¿Ocelote?, ¿Lobo?, ¿Jaguar?

Vio  a un bicho muy muy grande, de hocico alargado, de pelaje medio barcino. No supo distinguirlo, en parte porque el animal estaba muy bien camuflado y también porque el contacto visual fue muy efímero, ya que la bestia desapareció en un instante. Quedó asombrado por su tamaño, el cual era considerable aun estando a muchos metros de distancia. ¿Sería una alucinación? En parte, su mente no asimilaba aquella imagen. De forma evidente la relacionó con el aullido de la  noche anterior. Fue corriendo por su escopeta que había dejado en la carpa, agradeciendo que aquella especie de felino no lo hubiera atacado. Ahora sí estaba completamente asustado, sin demasiada fe para enfrentar a aquel animal, de tamaño porte y mucho menos si aparecía después, en la obscuridad de la noche. No era un cazador con experiencia y tampoco disponía de la agilidad de sus veinte.
Ya con el rifle en mano, cargado a tope y con el dedo en el seguro, avanzó entre los árboles rumbo a un pequeño riachuelo. 

Lamentó no haber llevado también el machete, el cual manejaba con destreza. Junto a la orilla divisó unas enormes huellas, como las de un león, o quizás más grandes. Pero no, no era posible. ¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿Se habría escapado alguna fiera exótica del zoológico personal de algún millonario que viviese por allí, escondido de la civilización? Su cabeza confundida ya no sabía que pensar. Si bien, existían algunas casas en a unos 10 km a la redonda, la mayoría de gente acaudalada, sabía que esas residencias eran casas de veraneo, deshabitadas en esa época del año.
El aullido, la visión de la fiera atigrada y ahora las huellas, no eran casualidades. Su viejo celular, no daba cobertura en aquella zona. Debería acercarse al pueblo más cercano. Pero, ¿qué diría? Sentiría vergüenza de hacer cualquier tipo de comentario respecto a los hechos, y seguramente sería fuente de burlas por parte de los aldeanos.

Sus patrones, vivían en Buenos Aires y se comunicaban con Israel, una vez a la semana, para girarle dinero para mano de obra y materiales. Pensó en llamarlos, pero, ¿Para qué? Él necesitaba el trabajo, y seguramente sus patrones pensarían que estaría loco. Nadie le creería aquella historia de bestia y hombre lobo que aullaban por las noches.
La tarde caía, cuando decidió, en parte por el frío y en parte para soltar la mente, tomarse unos vasos de vino. Quería olvidar la mala pata de esos días, tratar de comenzar de cero, con la mente en blanco. El alcohol más de una vez lo ayudó a olvidar. Esa segunda tarde, aunque agotado, trabajó tranquilo pero a buen ritmo. Decidió luego de finalizada la jornada, dirigirse hacia el océano a ver la puesta de sol, tal como lo hacía en Arachania, tiempo atrás. El sol se ocultó bajo el mar, delante de un cielo rojizo. Sin embargo, mientras disfrutaba del instante, volvió a escuchar el horrendo alarido. ¿Qué pasaba allí? ¿A quién estaría matando la bestia?
Los pájaros habían dejado de cantar y se retiraban a sus nidos a dormir. La noche caía silenciosa e Israel volvía a pasarla mal.
Retornó a su carpa, ¿Encendería un fogón, o no? Tenía frío y hambre, pero no quería atraer a la bestia y ser desollado. Decidió cenar dos grandes refuerzos de salame y queso, acompañados del infaltable clarete que le calentaba las tripas. El cansancio le hacía cerrar los ojos, el sueño lo invadía. Recién eran las 7:00 pm, pero hacía ya más de una hora que había obscurecido. Durmió, quizás un par de horas, plácidamente. Se dio vuelta, acomodó su almohada para seguir durmiendo más a gusto, cuando escuchó el sonido de unas ramas crujientes. Exaltado, abrió lentamente la tela del iglú, alumbrando con su linterna. 

El frío lo congelaba ya que no estaba ahora tapado por las frazadas. Asomó su rostro al frío invernal, y ahí lo vio, detrás de un árbol, a pocos metros de su carpa, al costado de la camioneta. El enorme animal lo acechaba, rígido, horrible, la mirada siniestra de la muerte. Tomó su rifle, se puso un saco de lana viejo por arriba y salió ya dispuesto a disparar, pero el bicho ya no estaba. En ese instante, volvió a escuchar el aullido desgarrador de la tarde, pero ahora mucho más cercano. Jugado al todo o nada avanzó decidido a terminar con aquello. Su corazón palpitaba a mil, producto de la adrenalina descontrolada. Al caminar tomó también el gran machete, y al pasar por su camioneta encendió las luces para iluminar mejor hacia el bosque. Se dirigió al árbol, detrás del cual estaba el animal. Allí estaba, quietito, inerte, artificial, sintético. En su enorme cabeza aterciopelada, de peluche, estaba el exótico suvenir: el silbato que los mayas utilizaban en la antigüedad, para asustar a sus enemigos y víctimas, en las guerras o antes del sacrificio.


A lo lejos, dos niños muy abrigados y bien vestidos, que debieran estar dormidos ya, se alejaban a las risas, corriendo, felices de que sus travesuras surtieran tanto efecto. Sin dudas aquellas vacaciones de invierno en Uruguay, permanecerían en sus memorias por mucho tiempo.

viernes, 16 de junio de 2017

EL SANGRIENTO FINAL DE JONITA Y RENZO

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017

ALEJANDRO ALBELA

            Dos cuerpos sin vida cayeron al agua, aquella calurosa tarde de domingo de enero, en aguas del lago del Parque Urbano. Los atónitos caminantes atestiguaron la escena pero no daban crédito a sus ojos.
             Una familia que se encontraba en uno de los botes fue la primera en llegar a ellos. En la confusión, los gritos y llantos de los niños se hicieron mas estridentes al ver que no era solo uno sino dos los cuerpos flotando en el agua.
             Segundos antes, disparos, gritos y corridas. La seguridad publica poco demoró en llegar a la escena, advertida por los paseantes. La masiva concurrencia a la playa Ramírez en el verano motivaba el refuerzo de la presencia policial en la zona y una pequeña dotación concurrió prestamente al lugar.
             El motivo del fallecimiento de ambos pronto se hizo evidente, para el juez, el médico forense y todos los allí presentes. Sendos balazos por la espalda habían cegado la vida de los dos jóvenes.
                      Pocos minutos después ambos eran transportados al depósito policial donde se efectuarían las pesquisas del doble homicidio.
             Luego, todos los testigos retomaban su camino, los niños sus juegos, los botes nuevamente surcaban al lago, y todo volvió a la calma.
            - ¡Que barbaridad! así no se puede más, fue el comentario de un señor a su acompañante esa tarde.
             El comisario Montero, a cuyo cargo se encontraba la Seccional Segunda de Policía, en la  Ciudad Vieja de Montevideo, reconoció a los dos infelices.

            Renzo Coletti, nacido en Nápoles, Italia, de 12 años de edad y Juan Domingo “Jonita” Acosta, de Montevideo, nacido en algún lugar de la capital hacía trece años. Cuarto hijo de un total de siete, el primero, familia venida desde las duras condiciones de su país con la esperanza de hacer la América. El segundo, hijo único de padre desconocido, madre cocinera en una fonda en las cercanías de la escollera Sarandí.

            Viejos habituales de la comisaria, en cuyas celdas pasaban largas horas luego de cada correría, los jóvenes vivían en la zona portuaria. Las duras condiciones de vida y el desenfado que exhibían ambos, le provocaban a Montero cierta simpatía y compasión, sentimientos que ocultaba cada vez que aparecían por su feudo rumbo al calabozo. Ambos con reiteradas entradas en la comisaria. Viajar sin pagar el tranvía, romper un vidrio de un pelotazo, deambular por las calles a horas inapropiadas, y algunas mas. Una vez el cura de la parroquia San Francisco de Asís los pescó infraganti robando el diezmo. Esto último nunca fue confirmado, ya que en su escapada, resultaron mas rápidos que el sacerdote y ciertamente las amenazas de fuego eterno no fueron suficientes para frenarlos en su carrera. Tales eran las anotaciones en el prontuario de la policía.

            Montero fue el encargado de notificar a los deudos. No fue posible encontrar a nadie a quien avisar de la muerte de “Jonita”, su madre con destino incierto por el momento. Renzo y su familia vivían en el Gran Hotel del Globo, en la calle Colón. Muchos inmigrantes pasaban por allí rumbo a diversos destinos geográficos, y de vida.

            Aquella calurosa tarde los dos amigos deambulaban por las desiertas calles. Un perro flaco y vagabundo, a cierta distancia, completaba el aburrido trío. Alguno de los dos, nunca se supo cual, tuvo la idea de hacer una escapada a la playa. Se darían un refrescante baño y de paso mirarían alguna moza linda que hubiera por allí. Quizás alguna del barrio que luego pudieran conocer.
             De la idea al hecho no pasaron mas de unos pocos instantes. Chocolate, porque así fue bautizado el nuevo amigo de cuatro patas, los siguió hasta la parada y vio, por última vez, como subían al tranvía. Debería esperar a la nochecita para reencontrarse con sus nuevos amigos. Nunca lo haría.
             Como consecuencia del intento por no pagar el boleto, el ahora dúo fue bajado a la fuerza por el motorman. Se salvaron de una visita a la comisaria porque el tranvía llevaba atraso en el horario. Los reclamos de los demás pasajeros para que se apurara en llegar a destino, ayudaron en el perdón y en la decisión del trabajador por no entregarlos. Extraña suerte tuvieron esa tarde.
             Poco les importó a Renzo y “Jonita”. Al menos unas cuantas cuadras habían avanzado ya. El resto del camino lo harían a pie. A la vuelta, seguramente lograrían viajar gratis. La cantidad de gente que se subía a los tranvías para volver de la playa ayudaría en dicha tarea.
             Cualquiera diría que la vestimenta que llevaban no era la apropiada para una tarde de playa. Infaltable boina, ya sea para proteger del frío en invierno o del sol del verano. Camisa remangada, de talle grande y pantalones gastados, con algún inevitable remiendo. Zapatos heredados.
             Reservada para los días de fiesta y de guardar ambos tenían una camisa igual de gastada y vieja, pero limpia. Rara vez se usaba, una misa de viernes santo o tal vez un desfile importante por 18 de Julio. Invariablemente despeinados, el cepillo de pelo era un artículo de uso misterioso para ellos.
             Y así, caminando llegaron a la playa Ramírez. Las lindas chicas en la playa no eran de la Ciudad Vieja pero no les importó demasiado. Luego de bañarse en las refrescantes aguas y un poco aburridos deambularon sin rumbo fijo por los senderos del parque.
             Quiso el destino que los dos amigos coincidieran en el mismo momento y lugar en que un dúo de maleantes robaba a un vendedor ambulante que ofrecía su mercadería a los paseantes del parque. Los dos rateros, de aproximadamente la misma edad y complexión física que Renzo y Jonita, se hicieron de dos naranjas, una cajilla de cigarrillos y un puñado de monedas. Escaparon raudos por el parque, siendo perseguidos por el vendedor que empuñaba un arma de fuego.

            La muerte encontró a Renzo y a Juan Domingo, sorpresivamente, en forma de bala y por la espalda. Descalzos, los pies en el agua y seguramente planeando alguna correría, con una sonrisa en la cara, y el futuro lleno de aventuras por disfrutar. Puede que la sombra de los árboles haya confundido al comerciante ahora devenido en asesino. La ropa seguramente muy similar, al igual que la edad y la complexión. En sus declaraciones, el ahora procesado, con inmensa pena, no supo explicar la situación.

            El resto es historia conocida por todos. La confesión del perpetrador, la captura de los dos rateros del parque y la congoja de la sociedad montevideana que apenas comenzaba a despertar a la modernidad del siglo XX y a sus terribles consecuencias.
             Los restos mortales de ambos fueron inhumados dos días mas tarde. Los familiares de Renzo, la madre de “Jonita” y el comisario Montero los únicos acompañantes en la ceremonia.
             Siguiendo a la distancia al reducido cortejo, Chocolate miraba la escena. Ladeando la cabeza paró las orejas, se dio media vuelta y moviendo la cola marchó en busca de nuevos amigos.